Lo escrito hoy me sorprende hasta a mí. No creí que mi límite se pudiese evaporar de esta manera o que la situación me pudiese enervar como me enerva.
Nunca he sido persona propensa a pensar en manos negras o premeditadas ineptitudes arbitrales pero lo visto, padecido y sufrido este año; especialmente en fechas recientes, es como para hacer dudar hasta a los más escépticos.
La pasión por el fútbol y el amor por el Celta son para mí como la paradoja del huevo y la gallina. No sé cuál fue primero, pero sí sé que ambos pesaron siempre demasiado en mi conciencia a la hora de aceptar y asumir presumibles intervenciones ajenas en la evolución de los partidos y los resultados.
Nunca quise aceptar –o no era capaz de aceptar- que la pureza “virginal” de este deporte pudiese estar manchada y en entredicho de esta manera.
El fútbol, fútbol es. Es creer en ganar por encima de cualquier vicisitud, adversidad o cualidad deslumbrante del rival. Es salir a un campo de césped a competir por tres puntos. Es sacar lo mejor de uno mismo para un único fin, la victoria.

Si bien es cierto que nunca quise creer en “mafias” o “persecuciones”; también lo es que no soy ciega, por mucho que mi debilidad por el fútbol me quisiera cubrir los ojos con una venda para no “desenamorarme” de este deporte al ver ciertas decisiones tomadas dentro de los 90 minutos de juego. Esos minutos en los que mi equipo se está jugando su presente y su futuro deportivo.
Así como soy la primera en clamar por la profesionalidad de los jugadores del Celta cuando creo que estos no están dando la talla o no obran como deberían, considero que, en base a las circunstancias vividas en pasadas jornadas tengo todo el derecho del mundo a clamar también por la profesionalidad de las autoridades competentes, llámense árbitros, linieres o seres de más altas esferas. Porque en lo tocante a esa cualidad, su profesionalidad, hoy me veo tristemente obligada a ponerla en entredicho.
Y voy a ir un paso más allá de las decisiones puntuales tomadas a la ligera y sin miramientos por parte de algún que otro colegiado, como fue el caso de la expulsión de Roberto Lago hace una semana en el Benito Villamarín o el penalti pitado al Valladolid el sábado pasado que no fue ni la mitad de escandaloso que el que sufrió Quique De Lucas en esa misma área tras el descanso.
Voy a ir un paso más allá tildando de dictatorial todo el halo que envuelve al mundo del arbitraje profesional. Porque el olor de la putrefacción que se cuece ahí dentro no va a tardar mucho en apestarnos a todos los que defendemos los intereses de clubes modestos que poco o nada importan a los que parten el bacalao.

Sin ir más lejos los compararía con los “corre ve y dile”, los chivatillos de cualquier correccional penitenciario. Mientras que los de más arriba vendrían ejerciendo el papel de Alcaide de prisión que pone y dispone como mejor le parece. Si en las cárceles los “corre ve y dile” ejercen esa función para trepar en afectos y conseguir tratos de favor. Pues, en fin, me ahorro decir cuál podría ser la finalidad de cualquier árbitro predispuesto a pitar con determinadas orientaciones previas ¿no? En Primera no caben todos y si es necesario subir a codazos no dudo que hasta se los limarán para hacer mayor daño en el refrote.
Aunque claro, si unos son los chivatillos y otros los Alcaides sólo me falta por ubicarnos a los que padecemos a sus manos y decisiones. Y no, por ahí no paso. ¿Se supone que vendríamos siendo los presos a los que doblegan a sus anchas? No, no y no. Me niego.
Si esta competición es libre, limpia e imparcial ¿por qué su ceguera humana, ésa que ampara las malas decisiones arbitrales bajo la excusa de que son humanos y pueden equivocarse, sólo recae sobre determinados equipos?
Es cierto que otros, más duchos en quejas, lloros y protestas ante medios de comunicación de tirada nacional han sufrido malos arbitrajes. Es cierto. Tan cierto como que dentro de la gama de colores existe el azul oscuro y, por otro lado el negro: negro antracita, negro zaino, negro azabache. Pero negro a fin de cuentas. Del mismo modo que hay malas actuaciones arbitrales puntuales y hay malas actuaciones arbitrales sin más. Y las peores son éstas últimas. Porque ya no importa si el que pita es fulanito o menganito. Todos pitan lo mismo y todos parecen obnubilados con ver errores en los de celeste que después obvian en los de verde, rojo o amarillo fosforito.

A título personal les invito a seguir con ésta su brillante actuación. No, en realidad no les invito, les reto a ello. Porque si se atreven a seguir por este camino que discurren rateando de césped en césped entonces van a tener que hacerlo a tumba abierta y a pecho descubierto. Demostrando con obviedad clamorosa la diferencia de raseros que existen para unos y para otros.
Me importa poco o nada la masa social, deportiva o económica que exista detrás de otros clubs. Porque nosotros no somos ni menos respetables ni más vapuleables.
Si esto va de que el ascenso directo debe llevar nombre y apellidos concretos que sepan que van a necesitar más que los siete puntos que nos separan a día de hoy de esa segunda plaza. Van a tener que seguir trabajando con la incapacidad e ineptitud que arrastran desde hace tiempo para con el Real Club Celta de Vigo. Y van a tener que tirar de “gónadas” y afirmar que molestamos.
Si me escupiesen esa posibilidad a la cara sé que me dolería mucho menos que seguir sufriendo los palos arbitrales que nos caen como las porras de los antidisturbios: sin merecerlo, cuando menos te lo esperas y como cantaba Ska-p “solamente por pensar”.
Me siento como si fuésemos la oveja negra, la que se escapa del redil y se niega a aceptar lo preestablecido.
Pero también la indomable, la luchadora y la rebelde que peleará a coces hasta la extenuación si hace falta para chafarles la fiesta.
Como equipo de fútbol de respeto seguiremos haciendo lo que nos compete, seguiremos jugando al fútbol. Y si otros quieren jugar con nuestro destino lo harán con la cobardía y la miserabilidad como compañeras de viaje. Que no esperen que nos dobleguemos y aceptemos claudicar porque no lo haremos.
La sangre late y corre de otra manera cuando se acerca el comienzo de una nueva jornada, una nueva batalla. Que vengan a pararnos, que vengan a romper nuestro sueño y responderemos con la misma voz que quieren acallar. La de esas pancartas de Balaídos. La doliente del animal herido.
Pero responderemos. Cada injusticia arbitral seguirá encontrando respuesta en nuestras gargantas y aún en el desgarro defenderemos lo que creemos justo.
Que vengan y sigan curando con golpes las heridas aún no sanadas. Porque aún a rastras seguiremos clamando a voz en grito la necedad que emana de sus actuaciones y amenaza con intoxicar y empodrecer este deporte, esta competición.
Si los llamados a sembrar la justicia, el orden y la limpieza deportiva son los primeros en violarla en quién confiar.
Si los árbitros son los llamados a gestionar el buen desarrollo de la competición “dirigiendo” cada partido y éstos demuestran semana sí, semana también, clamorosas incapacidades e inutilidades…
Entonces ¿quién les controla a ellos?
Y ¿estarían dichos responsables haciendo bien su trabajo cuando ciertas irregularidades para con ciertos equipos se suceden con una continuidad pasmosa?
Con mi libertad de expresión espléndida, impoluta e inquebrantable digo y respondo que ¡NO!
Mientras ellos actúen con su deplorable libertinaje, Balaídos lo hará con el liberalismo en las manos y en las gargantas de sus residentes, respondiendo a las injusticias con la voz de una afición que jamás se amilanará ante robos, vergüenzas y demás deméritos “colegiales”.
Si ellos actúan nosotros responderemos porque somos incallables, irreductibles e indomables.
Un abrazo a tod@s y ¡Hala Celta!
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