martes, 12 de abril de 2011

Bestiario: el árbitro, esa fantástica criatura


Lo escrito hoy me sorprende hasta a mí. No creí que mi límite se pudiese evaporar de esta manera o que la situación me pudiese enervar como me enerva.

Nunca he sido persona propensa a pensar en manos negras o premeditadas ineptitudes arbitrales pero lo visto, padecido y sufrido este año; especialmente en fechas recientes, es como para hacer dudar hasta a los más escépticos.

La pasión por el fútbol y el amor por el Celta son para mí como la paradoja del huevo y la gallina. No sé cuál fue primero, pero sí sé que ambos pesaron siempre demasiado en mi conciencia a la hora de aceptar y asumir presumibles intervenciones ajenas en la evolución de los partidos y los resultados.

Nunca quise aceptar –o no era capaz de aceptar- que la pureza “virginal” de este deporte pudiese estar manchada y en entredicho de esta manera.
El fútbol, fútbol es. Es creer en ganar por encima de cualquier vicisitud, adversidad o cualidad deslumbrante del rival. Es salir a un campo de césped a competir por tres puntos. Es sacar lo mejor de uno mismo para un único fin, la victoria.

Cualquier equipo puede ganar o perder. Pero siempre con la prerrogativa de que debe existir una tabula rasa que se preste a ser cumplida y que, mediante ella, se garantice que ambos contrincantes podrán jugar siempre con las mismas armas y sin que ninguno de ellos posea ventaja parcial por parte de los llamados a “bascular” las irregularidades del juego que se produzcan dentro de las líneas de cal: los árbitros.

Si bien es cierto que nunca quise creer en “mafias” o “persecuciones”; también lo es que no soy ciega, por mucho que mi debilidad por el fútbol me quisiera cubrir los ojos con una venda para no “desenamorarme” de este deporte al ver ciertas decisiones tomadas dentro de los 90 minutos de juego. Esos minutos en los que mi equipo se está jugando su presente y su futuro deportivo.

Así como soy la primera en clamar por la profesionalidad de los jugadores del Celta cuando creo que estos no están dando la talla o no obran como deberían, considero que, en base a las circunstancias vividas en pasadas jornadas tengo todo el derecho del mundo a clamar también por la profesionalidad de las autoridades competentes, llámense árbitros, linieres o seres de más altas esferas. Porque en lo tocante a esa cualidad, su profesionalidad, hoy me veo tristemente obligada a ponerla en entredicho.

Y voy a ir un paso más allá de las decisiones puntuales tomadas a la ligera y sin miramientos por parte de algún que otro colegiado, como fue el caso de la expulsión de Roberto Lago hace una semana en el Benito Villamarín o el penalti pitado al Valladolid el sábado pasado que no fue ni la mitad de escandaloso que el que sufrió Quique De Lucas en esa misma área tras el descanso.

Voy a ir un paso más allá tildando de dictatorial todo el halo que envuelve al mundo del arbitraje profesional. Porque el olor de la putrefacción que se cuece ahí dentro no va a tardar mucho en apestarnos a todos los que defendemos los intereses de clubes modestos que poco o nada importan a los que parten el bacalao.

La situación ha llegado a un punto de no retorno, o eso parece. No sólo tienen “poder” para controlar –y entiéndase por controlar lo que cada uno desee- los partidos, sino que además todo lo que los mente o aluda a sus “grandes” actuaciones es también “juzgable” a sus manos. Y digo a sus manos porque ésas son las mismas que después utilizan para redactar el chivatazo del acta y aplacar así su ego herido e intentar con ello causarnos alguna zurrita en el culete por parte de los entes de arriba.

Sin ir más lejos los compararía con los “corre ve y dile”, los chivatillos de cualquier correccional penitenciario. Mientras que los de más arriba vendrían ejerciendo el papel de Alcaide de prisión que pone y dispone como mejor le parece. Si en las cárceles los “corre ve y dile” ejercen esa función para trepar en afectos y conseguir tratos de favor. Pues, en fin, me ahorro decir cuál podría ser la finalidad de cualquier árbitro predispuesto a pitar con determinadas orientaciones previas ¿no? En Primera no caben todos y si es necesario subir a codazos no dudo que hasta se los limarán para hacer mayor daño en el refrote.

Aunque claro, si unos son los chivatillos y otros los Alcaides sólo me falta por ubicarnos a los que padecemos a sus manos y decisiones. Y no, por ahí no paso. ¿Se supone que vendríamos siendo los presos a los que doblegan a sus anchas? No, no y no. Me niego.

Si esta competición es libre, limpia e imparcial ¿por qué su ceguera humana, ésa que ampara las malas decisiones arbitrales bajo la excusa de que son humanos y pueden equivocarse, sólo recae sobre determinados equipos?

Es cierto que otros, más duchos en quejas, lloros y protestas ante medios de comunicación de tirada nacional han sufrido malos arbitrajes. Es cierto. Tan cierto como que dentro de la gama de colores existe el azul oscuro y, por otro lado el negro: negro antracita, negro zaino, negro azabache. Pero negro a fin de cuentas. Del mismo modo que hay malas actuaciones arbitrales puntuales y hay malas actuaciones arbitrales sin más. Y las peores son éstas últimas. Porque ya no importa si el que pita es fulanito o menganito. Todos pitan lo mismo y todos parecen obnubilados con ver errores en los de celeste que después obvian en los de verde, rojo o amarillo fosforito.

La situación está llegando a un límite que me supera y la gotita que colmó mi vaso de paciencia fue el acta del pasado sábado. No sólo tenemos que aguantarnos y sufrirlo sino que además pretenden que no podamos mostrar desacuerdo o descontento a base de desenfundar el arma del terror. Pretenden que temamos lo que pueda acarrear para el club lo recogido en las actas por su parte. ¿Dónde quedó la libertad de expresión coherente? ¿En el mismo lugar donde está la ceguera de estos heroicos de pito en mano que sí pasan recadito de las pancartas de Balaídos respecto a la Federación pero no ven las banderas falangistas o las apologías que se hacen del nazismo en otros campos de fútbol? ¿Eso no es acaso más denunciable, censurable y merecedor de multa al club en cuestión por permitir la entrada de determinadas bufandas, banderas y pancartas al interior del recinto deportivo? ¡Ah no, que esto va de vendettas personales! Si salgo al Bernabeu y me rodean varias banderas falangistas no pasa nada, pero si salgo al estadio de Balaídos y hay una pancarta que cuestiona la profesionalidad del colectivo al que pertenezco entonces sí. Eso hay que reflejarlo y si les cae algún regalito monetario con el que hacer caja mejor que mejor, que seguro que me felicitan.

A título personal les invito a seguir con ésta su brillante actuación. No, en realidad no les invito, les reto a ello. Porque si se atreven a seguir por este camino que discurren rateando de césped en césped entonces van a tener que hacerlo a tumba abierta y a pecho descubierto. Demostrando con obviedad clamorosa la diferencia de raseros que existen para unos y para otros.

Me importa poco o nada la masa social, deportiva o económica que exista detrás de otros clubs. Porque nosotros no somos ni menos respetables ni más vapuleables.
Si esto va de que el ascenso directo debe llevar nombre y apellidos concretos que sepan que van a necesitar más que los siete puntos que nos separan a día de hoy de esa segunda plaza. Van a tener que seguir trabajando con la incapacidad e ineptitud que arrastran desde hace tiempo para con el Real Club Celta de Vigo. Y van a tener que tirar de “gónadas” y afirmar que molestamos.

Si me escupiesen esa posibilidad a la cara sé que me dolería mucho menos que seguir sufriendo los palos arbitrales que nos caen como las porras de los antidisturbios: sin merecerlo, cuando menos te lo esperas y como cantaba Ska-p “solamente por pensar”.

Me siento como si fuésemos la oveja negra, la que se escapa del redil y se niega a aceptar lo preestablecido.
Pero también la indomable, la luchadora y la rebelde que peleará a coces hasta la extenuación si hace falta para chafarles la fiesta.

Como equipo de fútbol de respeto seguiremos haciendo lo que nos compete, seguiremos jugando al fútbol. Y si otros quieren jugar con nuestro destino lo harán con la cobardía y la miserabilidad como compañeras de viaje. Que no esperen que nos dobleguemos y aceptemos claudicar porque no lo haremos.

La sangre late y corre de otra manera cuando se acerca el comienzo de una nueva jornada, una nueva batalla. Que vengan a pararnos, que vengan a romper nuestro sueño y responderemos con la misma voz que quieren acallar. La de esas pancartas de Balaídos. La doliente del animal herido.
Pero responderemos. Cada injusticia arbitral seguirá encontrando respuesta en nuestras gargantas y aún en el desgarro defenderemos lo que creemos justo.

Que vengan y sigan curando con golpes las heridas aún no sanadas. Porque aún a rastras seguiremos clamando a voz en grito la necedad que emana de sus actuaciones y amenaza con intoxicar y empodrecer este deporte, esta competición.

Si los llamados a sembrar la justicia, el orden y la limpieza deportiva son los primeros en violarla en quién confiar.
Si los árbitros son los llamados a gestionar el buen desarrollo de la competición “dirigiendo” cada partido y éstos demuestran semana sí, semana también, clamorosas incapacidades e inutilidades…
Entonces ¿quién les controla a ellos?
Y ¿estarían dichos responsables haciendo bien su trabajo cuando ciertas irregularidades para con ciertos equipos se suceden con una continuidad pasmosa?
Con mi libertad de expresión espléndida, impoluta e inquebrantable digo y respondo que ¡NO!

Mientras ellos actúen con su deplorable libertinaje, Balaídos lo hará con el liberalismo en las manos y en las gargantas de sus residentes, respondiendo a las injusticias con la voz de una afición que jamás se amilanará ante robos, vergüenzas y demás deméritos “colegiales”.

Si ellos actúan nosotros responderemos porque somos incallables, irreductibles e indomables. 

Un abrazo a tod@s y ¡Hala Celta!


viernes, 1 de abril de 2011

4 años, 4 heridas

Los últimos cuatro años vividos por Borja Oubiña y el Real Club Celta de Vigo pueden ser llevados hasta tal punto de comparación que resulta sencillo establecer un paralelismo constante en cuanto a sus periplos y andanzas recientes.

Durante la travesía de la temporada 06-07 el Celta se labró su último y actual descenso a la división de plata del fútbol nacional. Al mismo tiempo un Borja Oubiña deshecho en trabajo, entrega y compromiso dio lo mejor de sí mismo para que aquel navío no se hundiese. Pocos jugadores mostraron tal respeto por la camiseta que vestían. Pero nuestro capitán estuvo a la altura de las circunstancias. Eventualidad que no se puede atribuir a otros que, de palabra y pantomima, mucho cariño decían profesar hacia esta nuestra camiseta.
Con el descenso, el Celta y Borja se labraron su primera herida, la que les separó.

El regreso del Celta a la Segunda División infligió una profunda incisión en el sentimiento celtista y uno de los primeros puses que empezó a manar de la infección y a oler entre los aficionados fue el que establecía divergencias de opinión en cuanto al “deber” que se les presuponía a determinados jugadores en relación a su continuidad o salida del club. Desgraciadamente no fueron pocos los que levantaron el dedito acusador para señalar a Borja en aras de que “tenía” que quedarse, afirmando que si era celtista entonces aquél era el momento de demostrarlo. La dureza de muchos comentarios (injustos en mi opinión) se fue intensificando a medida que las informaciones acerca de los clubes interesados en su contratación se incrementaban.

De Inglaterra y Portugal llegaban los rumores con más peso. El Birmingham y el Benfica de Camacho parecían muy dispuestos a llevarse al medio centro vigués fuera de Galicia.
Y si aquel año Borja decidió partir de su Vigo natal no fue sino para que su carrera futbolística siguiese creciendo como merecía y debía. Al margen de lo que pensasen algunos con sus cuestionables exigencias morales en la mano.

Así nos dejó, con las arcas del club un poquito más llenas. Ya que, como siempre abogó él mismo, el día que saliese del Celta sería porque la oferta resultaba atractiva para él, pero también para el club.
Desgraciadamente no creo que recibiese la despedida que se merecía. Quienes piensen que Borja, dentro de su tranquilidad, no sentía mil veces más su salida del club que otros que desgastaban escudos de tanto sobarlos de cara a la galería, no tienen ni idea de lo que hablan. El sentimiento que siempre desprendió el 4 sólo es equiparable al de los sufridos aficionados de grada y, en ningún caso, al de muchos de los que por entonces compartían vestuario con él, le pese a quien le pese. Y siempre valoraré lo que hizo en cada segundo de juego mientras el balón rodaba y la marea nos debatía entre la permanencia y el descenso final.

Al nacer la siguiente temporada el Celta comenzó su actual andaina en la Segunda División. Mientras, Borja Oubiña desembarcaba efímeramente en la Premier League. Su temprana lesión en Anfield Road ante el Liverpool puso fin a su sueño fuera de nuestras fronteras y frenó la que presumo habría sido una boyante carrera futbolística. Esa fue la segunda herida de Borja Oubiña, la que le reunió de nuevo con el equipo que le vio nacer cuando su rodilla izquierda le obligó a hacer un impás. En ese momento el futuro de Borja y el del Celta se volvieron a combinar para dar forma al presente que vivimos a día de hoy.

Desde entonces hasta ahora las arrancadas, vueltas al césped, recaídas, tratamientos de recuperación y nuevas operaciones de Borja Oubiña se han ido sucediendo; pudiendo contarse hasta tres pasos por el quirófano. Los que, sumados al descenso vivido en la 06-07 suman las cuatro heridas de Borja, sus cuatro cruces.

Cuatro, como los cuatro años que el Celta estuvo padeciendo los dolores de, primero, ese descenso, y después tres temporadas grisáceas, cuasi negras, en Segunda División. Cuatro años sufriendo. Las cuatro heridas del Celta.

Celta y Borja. Borja y Celta. Lo que para uno fueron dolencias físicas para otro fueron dolencias futbolísticas.

Mientras el 4 bregaba con cirugías y recuperaciones post-quirófano, el Celta luchaba en el césped contra lo mal dado del fútbol: apreturas de última hora para evitar descensos a 2ªB, cambios constantes de entrenador, carencias de profesionalidad en determinados integrantes de la plantilla y un fútbol que malamente podía inspirar a soñar a mayores y a lo grande como, por ejemplo, con un regreso a la División de Oro de nuestro fútbol.

Este año, temporada 2010-11, ha sido el regreso de ambos. El retorno del Borja Oubiña plenamente recuperado y preparado para afrontar lo que venga y el retorno del Celta dotado de talento y compromiso a partes iguales.

Es cierto, los dos se han hecho esperar. Tanto que volver a ver a ambos caminando con fuerza en el mundo del fútbol es ya de por sí un regalo. Pero es que además los dos están empecinados en volver a lo grande. Empecinados en hacernos creer que éste es el año en el que, por fin, las aspiraciones celestes parecen haber sumado los enteros suficientes para que el objetivo que todos tenemos entre ceja y ceja sea el más ambicioso de la categoría: el ascenso directo.

Es cierto que la fortuna quiso reunirles en el que desafortunadamente está siendo el peor momento de la temporada y Borja aún no conoce las mieles de la victoria. Pero, si hay algo que todos tenemos claro, es que no tardará mucho. Tardó dos minutos en demostrarnos, con aquel balón enviado a Quique De Lucas en el partido ante el Villarreal B, que su visión y talento siguen estando latentes en su interior; tardó dos partidos en volver a lucir el brazalete de capitán que le define como el jefe del centro del campo; y no tardará mucho más en llevarse los tres puntos de la victoria reflejados en el sudor de su frente.

En los tres partidos disputados como titular dejó entrever la puntita del iceberg, lo que implica que todavía nos queda por re-descubrir la parte que está oculta bajo el nivel del mar. La parte más grandiosa y poderosa de toda montaña de hielo. La misma que se irá despertando a base de minutos para que los instintos y las capacidades aletargadas durante estos años de obligado ostracismo futbolero vayan reviviendo en las piernas y el fútbol del 4, para fortuna del Celta y del celtismo.

Y es que ambos, Celta y Borja, todavía tienen todo un camino por delante para cumplir sus objetivos. Borja debe seguir devorando entrenamientos y minutos para brillar como puede y sabe, y el Celta debe seguir bregando partido a partido con la ferocidad necesaria para que nuestro sueño no se convierta en un sueño roto.

Sé que más de uno y de dos creen que lo que pase el domingo en el Benito Villamarín será definitivo. Pero yo no lo veo así. También fueron más de uno y de dos los que pensaron que Borja no lo conseguiría. Que no llegaría hasta aquí. Que habían sido demasiadas intervenciones, problemas y meses… Pero él lo ha conseguido. Y su espíritu es el espíritu del Celta. Así que, locales y foráneos, que ninguno dude que este equipo va a pelear con todo y con todos para que una de las dos primeras plazas de la clasificación nos pertenezca a final de temporada.
Porque si en los momentos duros el paralelismo entre Borja y el Celta se mantuvo; de cara al futuro, la ligazón entre el buen hacer de Borja y el buen hacer del Celta será una constante incuestionable.

Porque el Celta lo merece, porque Borja lo merece y porque nosotros merecemos presenciarlo, vivirlo y disfrutarlo.

Pero sobre todo porque tanto el Real Club Celta de Vigo como Borja Oubiña Menéndez saben lo que es superarse ante las adversidades. Lo hicieron antes y lo harán siempre, su naturaleza dicta su bravura, valentía e inconformismo. Y a ella están cosidas las alas que les impulsan a ambos a soñar con volar más y más alto sin temor a las alturas, los vértigos o las caídas.

Un abrazo a tod@s y ¡Hala Celta!

Tirando de Blogteca: "BO, un celtista hecho jugador"

Probablemente estoy empezando la casa por el tejado. Probablemente lo apropiado sería que la primera entrada, propiamente dicha, de este blog estuviese dedicada a la actualidad que impregna a nuestro equipo. Sin embargo, el cuerpo me pide empezarlo teniendo un detalle con alguien que está viviendo un año especial.

Hace cuatro años la vida me dio el regalo de poder compartir unas horas de su compañía. Hace cuatro años él me alucinó como persona todo lo que ya me había alucinado como futbolista. En aquel momento tenía un blog (el único hasta el día de hoy), que no tardó en caer en desidia y abandono en cuestión de días, pero antes de evaporarse en la red había publicado en él una entrada acerca de la impresión que me había deparado aquella tarde de verano.

Concretamente el 29 de junio de 2007 escribí lo siguiente:

"Borja Oubiña, un celtista hecho jugador"

 
Es difícil hablar con objetividad de una persona a la que admiras y apenas conoces. En tales circunstancias suples tu desconocimiento con palabras de admiración y adulación. Destacando sus cualidades y todos esos pequeños detalles que te hacen ver en él al estandarte de tu equipo.

Cabe la posibilidad de que un día te lo encuentres y el resultado de un intercambio de palabras te lleve a pensar que se te cae un mito. Que no es lo que tú imaginabas, que no es el héroe contemporáneo que tenías en mente cuando le veías vestir los colores que con tanta pasión defiendes desde la grada. Siempre cabe la posibilidad de que cuando esa persona tan lejana esté a tu lado te decepcione.

Con Borja Oubiña esa posibilidad se convierte en la conjetura más inviable.
Es inevitable que mientras las palabras fluyen de él se te vaya abriendo progresivamente la boca a medida que su elocuacidad invade la conversación. La sensatez y la franqueza de cada palabra te llevan a ver las cosas desde otro punto de vista, descubriendo detalles a los que antes no dabas importancia. Y acabas siendo consciente de lo que realmente es un jugador de club.

Escuchar hablar a Borja es como escuchar a un celtista de toda la vida y a la vez al profesional más experimentado. Su interés por conocer todo lo que gira a su alrededor, no sólo lo futbolístico, lo llevó a convertirse en un jugador de lo más insólito.

Fuera del campo habla, de tú a tú, de temas por los que la mayoría de jugadores no muestran interés. Se muestra abiertamente sincero, espontáneo. No existe ese halo de ego a su alrededor que sí parece girar entorno a otros de sus compañeros de profesión. La espontaneidad de sus palabras, la expresión de su cara y la exteriorización de sus gestos dejan ver a un chico humilde, con la cabeza muy bien amueblada. Siempre abierto a hablar de un tema que le apasiona: el fútbol. Y se nota, no sólo cuando juega sino también cuando habla. Se interesa por el fútbol en toda su extensión y ello se visualiza a través de la pasión que desbordan sus palabras.

Nunca creí que pudiese existir realmente un jugador con sus características y su forma de pensar fuera del campo. Y resulta que no sólo existe sino que además está en Vigo.

Un jugador que muestra abiertamente su preocupación por temas como la potenciación de la cantera o mejoras estructurales es algo que no debe predominar en esto del fútbol. Oírle hablar tan en serio de temas como éstos y ver en sus ojos que lo dice sinceramente hace que aumente el pesar por perderle esta temporada.
Si existe el concepto de “jugador de club” podemos afirmar irrefutablemente que Borja Oubiña lo es.

Cuando el jugador se hace persona, cuando se quita los pantalones cortos y las botas y se viste de calle, cuando lo personal predomina por encima de lo profesional eres realmente consciente de la grandeza de alguien.
Hace tres días si me hubiesen pedido que definiera a Borja Oubiña con una sola palabra diría Crack, porque por entonces se me antojaba el término más grande para abarcar todas sus virtudes. Hoy se me antoja una palabra insignificante en comparación con la persona de la que hablo.

El hombre que se esconde detrás del dorsal número 4 es más grande, si cabe, que el propio futbolista.
La pretensión de cualquier aficionado hacia sus jugadores es que estos respeten al club que les paga y respeten los colores que lucen.
Borja Oubiña es el celtista hecho jugador. No es un futbolista que jugando en el Celta se hizo celtista. Es un celtista que jugando en el Celta se hizo futbolista, jugando en el equipo de su vida. No en un Madrid, ni en un Barça, sino en un Celta. Su equipo.

Las mentes cuadriculadas dirán que éste es el momento de demostrar su celtismo. Y a ellos les dedico mi más rotundo No. El momento de demostrar celtismo son los 9 meses de partidos semanales de los que consta la competición. Demostrar celtismo no es salir en rueda de prensa y hablar maravillas de todo y de todos. Ser celtista es salir a comerse el campo para evitar un descenso, respetando en lo máximo a una afición y a un club. Y eso, precisamente eso, es lo que hizo Borja Oubiña. Dentro y fuera del campo.

Pero hablar de esa faceta es sólo hablar de la mitad de un todo. Cualquiera que haya pisado Balaídos este año, cualquiera que haya seguido al Celta todos estos meses y además tenga dos dedos de frente podrá asegurar, como yo lo hago, que Borja Oubiña puso todo el empeño humano por hacer que el mástil de nuestro barco no se viniera abajo. Pero un hombre no deja de ser un hombre y en el campo tiene que haber otros diez que compartan su predisposición para que la ardua tarea salga adelante.

Sin embargo, el fin de toda esta palabrería era dejar constancia de la persona que se esconde detrás del jugador. La parte no pública, la parte desconocida. Esa parte que puede hacer que se te caiga un mito o que te caigas literalmente de culo ante lo excepcional que puede llegar a ser alguien.

Hoy yo garantizo que con Borja uno se cae de culo. Y repetidas veces.



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Si decido dar el primer pasito en el blog recordando lo que un día escribí ya no es solo porque opine que Borja se lo merece sino porque además pienso que hay pocas maneras mejores de estrenarse, tal y cómo él demostró en el partido contra el Villarreal B. Y también porque una de las primeras "idas de olla" que he empezado a esbozar va sobre su regreso al Real Club Celta que le vio nacer.

Un abrazo a tod@s y ¡Hala Celta!