domingo, 11 de marzo de 2012

Así peleamos, así latimos...



Porque aún con los pies en el suelo merecemos disfrutar de este momento de felicidad invatida durante 13 jornadas. Por cómo jugamos al fútbol y por cómo estamos demostrando que queremos volver a Primera.
Sigamos peleando cada una de las 14 batallas que restan con trabajo, humildad y muchas, muchísimas ganas. Porque de esta manera no hay guerra que se nos resista.
Disfrutemos del camino.


Un abrazo a tod@s y ¡Hala Celta!

lunes, 5 de marzo de 2012

Vigo-Valladolid, Valladolid-Vigo

Una ida y un regreso. Una historia de por medio.

De Vigo parten dos autobuses pasadas las siete de la mañana. El madrugón invita a cerrar el ojo en el asiento pero los cánticos iniciados por miembros de Comando dejan claro al cuerpo que no es momento de dormir. Toca calentar las gargantas porque como decía Malvidinho: “¿A qué vamos a Valladolid? ¡A por los 3 puntos!”

La veteranía de una peña que cumple 25 primaveras este año como es Comando se junta con la juventud de los tiernos veinte años de los integrantes de Irmandiños dando forma al ayer y al mañana. Maestros y aprendices. Aprendices que un día serán maestros como demuestran al entonar ese maravilloso cántico obra de su Presidente:

“Ésta é a grada, que anima, anima.
Que te leva en volandas, que canta, que grita.
Te sigue por Europa, na Liga, na Copa. 
Que chora no inferno, sorríe na gloria. 
Sempre te seguiremos, orgullo eterno. 
Celtismo é o que levo, grabado no peito. 
LOLOLOOOO LOLOLOOOOOO”.

Después de un par de paradas y varias horas de viaje, las ruedas del autobús lamen el asfalto de las calles cercanas a Zorrila. “Salimos del bus y animando” repiten Malvidinho y el tesorero de Irmandiños antes de que las puertas se abran. El celtismo contenido en el interior del bus nº2 reclama el aire que rodea el estadio. Lo reclama y lo hace suyo. Aunque sólo sea moralmente para los allí presentes, el violeta de la mole de cemento queda eclipsado por la marea azul.
Sabemos que es uno de esos días en los que se debe reclamar la casa ajena como propia. De construir un Balaídos portátil con las manos, las voces, las bufandas y el corazón de todos los celtistas desplazados.

Pero antes hay que reponer fuerzas. Regreso al autobús con las entradas en el bolsillo y rumbo a la Plaza Mayor para comer.
De allí a la zona céntrica la marea celeste culebrea por las calles de Valladolid a voz en grito, desgañitándose en ánimos y aplausos para con el equipo que les ha llevado hasta allí. Los locales miran a los “invasores”: algunos con recelo, otros con la sonrisa en los labios, otros se acercan a los balcones o sacan alguna foto. Valladolid se doblega a la multitud llegada desde diferentes puntos de Galicia para dar calor al equipo de sus vidas.
Sólo una duda nace: “¿Aquí dónde están las cuestas?”


Al fondo de una calle se vislumbra la entrada a la Plaza Mayor.
El celtismo se detiene un segundo, se junta, se agacha, se hace de rogar y arranca en carrera reclamando Pucela, tiñéndola de Celeste.
Entre terrazas y comercios destaca una tienda con el escudo del equipo de la ciudad, está vacía y con un rótulo de “se vende” pegado al cristal. Única e ínfima prueba de que esa plaza en otro día perteneció a otro equipo, a otra afición. Pero no este 3 de marzo.

Sólo el hambre acentuada por los nervios del partido hace que se diluyan las hordas celestes. Pero sólo por un momento, pues pronto se vuelven a juntar en los diferentes bares reclamando sus caldos y sus tapas. Los barriles se vacían y los estómagos se llenan.

El silencio de Pucela ha muerto. Los celtistas lo han sacrificado en honor a los cánticos de su Celta, su Celtiña. Un bombo suena y el eco de las voces sube por las calles de la ciudad. Cada vez más fuertes, cada vez más unidos los ánimos de los aficionados dejan que la hermandad cobre protagonismo y los cánticos iniciados por unos pronto son continuados por otros. Juntos gritan, juntos aplauden, juntos bailan y juntos saborean las mieles del pre-partido.

El corazón de Valladolid late desaforado por el impulso del celtismo que circula por las venas de la ciudad con paso firme camino del autobús, para poner definitivamente rumbo a Zorrilla.

El desplazamiento es breve. En el pasillo del bus no cabe un alfiler, los nervios impiden sentarse a los más taquicárdicos.
Llegamos.
Las piernas apuran tanto como corre el corazón.
Unos minutos de espera ante las puertas hasta que por fin se abren, entramos.
Buscamos un buen sitio y plantamos los pies sobre el asiento para conseguir la mejor visión posible mientras la grada se sigue llenando. El desvaído violeta del interior se tiñe de azul cielo, color de los sueños.


Los jugadores del Valladolid salen a calentar pero los celestes siguen sin hacer acto de presencia con la excepción de los dos porteros. La grada conquistada por los celtistas los recibe con una sonora ovación y repartidos cánticos para ambos en busca del saludo de rigor. Sergio y Rubén, Rubén y Sergio.
Transcurren los minutos, la manecilla grande del reloj ya pasa del siete. Menos de veinticinco minutos para el pitido inicial.
Unas botas, unas rodillas, unos pantalones empiezan a asomar por el túnel del vestuario. Son ellos. Saltan al terreno de juego en pleno sprint. La grada se deshace en aplausos y “Celta, Celta, Celta…”.
Uno a uno los jugadores van siendo saludados por su hinchada y ellos devuelven el saludo.
Todos están allí para lo mismo, por los tres puntos. Unos los pelearán dentro del cuadrilátero de césped, otros desde la unión de la grada.
Más de 2000 individuos con una única premisa.

Los labios del árbitro rozan el silbato mientras observa el reloj. Pita.
Lo que viene después son 90 minutos de desfallecidos e imparables ánimos desde la grada y una victoria
épica en el campo.                                       

En el césped Orellana baila. Pasa de una pareja a la siguiente, dejándolas a todas atrás. Ninguna es capaz de seguir su ritmo.
Pero en el marcador el primero en adelantarse es el equipo vallisoletano.
No hay dolor. Sabemos lo que significa empezar por debajo en el marcador. Significa que tendremos que tirar del coraje de pasadas jornadas y remontar. La pregunta no es si seremos capaces, la pregunta es en qué momento lo haremos.

Las gradas empujan al equipo celeste vestido de rojo y pasada la media hora llega el primero: Sergio golpea con seguridad un saque de puerta que, como en tantas ocasiones, baja Mario Bermejo a la bota que le espera en ausencia de Borja Oubiña, la de Álex López. El ferrolano se deshace de un rival en busca de Orellana. La conexión que tiene lugar entonces es automática. El chileno busca a su media naranja. A su compañero de fatigas. Al moañés con alma de mohicano que la mima con cariño y la empuja al fondo de las mallas.

Inspirado por los cánticos celestes el portero del equipo pucelano decide que quiere marcarse su propia entonadilla y deja el balón correr por debajo de su cuerpo para deleite de los aficionados que saltan sobre los asientos con la mente puesta en el segundo, en la victoria.

Tras el descanso el equipo recula y es el Valladolid el que lleva el peso del partido. Eso sí, sólo en el césped. En las gradas no hay lugar para una batalla, la guerra ya fue ganada por los más de 2000 desplazados con indumentaria celeste.

En el minuto veintidós nace otra del Celta: Toni se la pone al primer toque a Iago, prófugo entre la defensa rival, ante la atenta y acertada intervención de Balenciaga, quien se cruza para mandarla a saque de banda. Ahí aparece el pequeño héroe de masas pidiendo mimos y cariñitos a sus aficionados. Y el celtismo le responde. Volviendo a desbordarse.

Los minutos se suceden y el achuche local es constante en el desenlace del encuentro, tanto que un empate sería hasta positivo y bien visto por los hinchas celestes. Pero es entonces cuando se “revela el revulsivo”: Bustos recupera el balón al borde del área y es Álex López el primero en tocarla dentro del feudo vallisoletano, abre a Joan Tomás quien se la templa a Toni, éste se deshace de un defensor y fija la diana en Orellana (de nuevo Orellana), el bailador de defensas llega a la línea de fondo y mientras cae mece la pelota hacia el interior del área, un balón que vuela con ganas buscando el impacto de la bota de Joan Tomás. Es el segundo. El de la victoria en el último minuto. El que provoca el terremoto, el huracán y la avalancha de la grada visitante. Unos caen, otros se abrazan, algunos se besan y varias decenas lloran.

La grada es el clamor de una pericia, una épica de cinco toques de balón y un último empujón al interior de una portería. Es amor. Es emoción. Es sentimiento. Es pasión. Es puro corazón. Es fútbol, señores, es fútbol.
El equipo de los locos bajitos con el que terminó Herrera se deshace en abrazos también en el césped. Túñez necesita agacharse para poder abarcar con sus brazos a Fabián y Joan, los alza y los abraza.

Sólo unos minutos de aguante separan esa celebración de la siguiente. Bustos y Roberto Lago son los primeros en dejarse caer de rodillas sobre el césped. Sergio, Oier, Túñez, Mallo… van cayendo sobre el alicantino. Los abrazos se multiplican en el José Zorrilla. Algunos en la hierba, otros en el cemento.

Los jugadores agradecen el apoyo de su afición antes de retirarse al interior de los vestuarios.
El ánimo de los aficionados es incontenible. Cántico tras cántico se va acordando de todos hasta llegar a Gudelj que pasados ya varios minutos desde el desenlace del encuentro asoma por el túnel del vestuario y saluda a la grada.
Es entonces cuando los más de 2000 corazones piden por su equipo. Piden que salga. Que vuelva al césped de Zorrilla.
Gudelj vuelve a asomar y señala hacia el interior del túnel.

 Los segundos caen a plomo. De nuevo vuelven a verse ¿botas? No, botas no. Se ven chanclas y pies descalzos sólo cubiertos por medias, pantalones remangados. Y arriba, mucho más arriba, grandes sonrisas que atraviesan la oscuridad de ese túnel para volver a caer ante la luz de los focos del estadio. Son felices, se abrazan, aplauden, se mojan, saltan… Son la plantilla del Real Club Celta de Vigo. Los chicos de la 2011-2012.

 Saludan a la afición, se sujetan todos de las manos y ovacionan a los locos viajeros comedores de kilómetros que han ido hasta allí por ellos y por ese escudo que defienden y llevan cosido en el pecho de sus camisetas.

Hayan jugado más, hayan jugado menos o incluso sin haber jugado un solo minuto están allí agarrados los unos a los otros. Sonriendo y felices, compartiendo ese indescriptible momento con los que, sin poder reprimirlo, nos emocionamos y dejamos que las primeras lágrimas nos nublen la vista.
Tiembla el mentón y decides respirar profundo, varias veces. Las lágrimas mejor reservarlas para ese otro momento que sin duda nos tiene que llegar.
Que seguiremos luchando para que llegue.
Batalla ganada, nos queda la guerra.

Últimos aplausos del plantel antes de regresar al interior de los vestuarios. Todos menos uno. Ese hombre que se quita la camiseta verde esperanza y busca el modo de arrojársela a su afición. No encuentra el modo pero tampoco se rinde. Ni se da por vencido.
Sergio Álvarez siempre hace gala sobre el césped de ser un tío tranquilo y también aquí vuelve a demostrarlo. No importa lo lejos que esté la grada o la altura de diferencia. Con calma busca el modo y lo encuentra.
Cuando vuelve a encarar el camino hacia el vestuario lo hace sin la camiseta color verde. La misma que ahora estará siendo tratada cual tesoro por algún aficionado celeste. El denuedo demostrado por “el gato de Catoira” bien lo merece.

Las luces del José Zorrilla se van apagando, pero no así el ánimo de los aficionados. “A Rianxeira” clama su sitio en el repertorio y se adueña de la grada visitante embrujando aún más el ambiente. Con cada nota el celtismo sueña con fuerza pensando en el futuro. Ya no en el lejano, sino en el inmediato. En seguir disfrutando de lo que queda de Liga. Algunos barajan próximos desplazamientos, otros sólo pueden pensar en el partido contra el Numancia de este viernes. Pero mientras la mente elucubra, el corazón saborea las mieles de ese preciso instante en el que somos campeones. Sí, campeones. Al menos de este partido. Los nuevos dueños de Zorrilla no visten de violeta sino de celeste.

El viaje de vuelta aún está por delante. Algunos buscan con premura el asiento y se dejan caer, otros no pueden parar quietos un segundo.
El bus nº2 vuelve al ataque y los cánticos se suceden. Rumbo a Balaídos la canción de Irmandiños vuelve a ser la estrella.
Hasta pasada la media noche y aunque el conductor del autobús apague las luces, los celtistas se niegan a hacer caso a Morfeo.
Todos menos el tesorero de Irmandiños a quien en su descansar Malvidinho le susurra: “No sueñes con la victoria del Celta que no fue un sueño, fue real”.

Tan real como esta presente temporada.
Aún nos quedan 15 batallas en esta guerra pero, antes de cruzar la meta, no nos olvidemos de disfrutar de la carrera.
Porque cuando el celtismo aprieta ni el mítico frío de la grada visitante del José Zorrilla nos roba fuerzas o protagonismo. "¿Qué hace frío en Pucela? ¿Qué frío?" Calor, mucho calor. Y así siempre.

Hasta que las gargantas aguanten y el corazón resista.

Siguiente parada: viernes a las 21:00 horas Celta vs Numancia.


Un abrazo a tod@s y ¡Hala Celta!